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El bloc del cartero

Francisco

Lorenzo Silva

Viernes, 09 de Mayo 2025, 11:13h

Tiempo de lectura: 7 min

En el adiós del papa Francisco, los fieles que nos escriben expresan su admiración y su gratitud, aunque consta que su pontificado no dejó de generar controversia y que no todos los católicos estaban alineados con él en todas sus posturas. Entre los no creyentes también ha habido división de opiniones: a los que lo ensalzan como reformador de la Iglesia se oponen los que despachan su pontificado como mucho menos revolucionario de lo que se suele afirmar. Como sucede con cualquiera, el verdadero alcance de su figura lo aquilatará el tiempo, y será un primer indicio la senda que tras él siga la Iglesia. En todo caso, se va un hombre que no fue irrelevante y que en sus últimos días dio ejemplo de entrega a su ministerio y a su forma de estar en el mundo. Y eso siempre merece respeto.


LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Francisco

Y el mundo amaneció con la triste noticia de la muerte del papa Francisco. Pudimos verlo un día antes en la plaza de San Pedro, aunque los médicos le habían solicitado que no saliera de Santa Marta por no haber cumplido aún el primero de los dos meses de convalecencia aconsejados. Ahora la Iglesia se enfrenta a grandísimos retos que podemos intuir. Francisco, que destacó por su postura franca y en ocasiones polémica, abordó una variedad de temas que marcaron su papado, desde los problemas sociales hasta cuestiones dentro de la Iglesia. Se mostró en varias ocasiones como un defensor de la inclusión, destacando su postura hacia las personas LGBT+. Sobre la pedofilia en la Iglesia. El dinero del Vaticano y la corrupción. La guerra. El rol de las mujeres en el Vaticano. El proceso de nulidad matrimonial. Los migrantes. Los jubilados… Francisco, un papa humilde, siempre quiso cambiar el mundo y destacó la conexión histórica de la Iglesia con los más desposeídos. Como resultado, su influencia geopolítica ha aumentado, y la de la Iglesia también. Rezo para que el próximo papa de esta Iglesia nuestra sepa impregnarse de un futuro lleno de mucha esperanza.

Alberto Álvarez Pérez. Sevilla


Bergoglio y su legado

Fui testigo privilegiado de los últimos días del papa Francisco en Roma. Pese a su frágil salud, recibió a una plaza de San Pedro abarrotada, visitó a reclusos, acogió a líderes como J. D. Vance y nos regaló una última bendición urbi et orbi. Para los jóvenes de la generación Z, él fue nuestro papa: cercano, pícaro y transformador. Nos dejó dos consignas imborrables: el «¡hagan lío!», en la JMJ de Brasil, y aquella verdad como un faro en Lisboa: «La única vez que es lícito mirar a alguien de arriba abajo es para ayudarle a levantarse». Hoy, incluso sus críticos se inclinan ante su grandeza. Los mismos medios que retorcieron sus palabras ahora lo tributan con titulares dorados. Pero su mensaje nunca fue complejo: misericordia sin cálculo, unidad sin fronteras y opción por los pobres sin medias tintas. Un pontificado que zarandeó al mundo y nos enseñó a caminar sin miedo. Francisco ya descansa con Padre Dios, pero su revolución sigue aquí.

José María Maldonado Casado. Pamplona


Tan contenta

Casi cada día, al salir de casa hacia el trabajo, me encuentro con un empleado de limpieza del Ayuntamiento. Conoce a todos los sintecho, indigentes y mendigos del barrio. Con cada uno tiene una sonrisa, un gesto amable y unos minutos de conversación. Les pregunta cómo están, qué tal han dormido, si ayer tuvieron un buen día, si tienen frío… Muchas veces les cuenta también algún chascarrillo. Ellos se detienen y sonríen a su vez. Por un momento no se sienten mendigos, marginados o diferentes. Y yo los miro y sonrío también. Entonces tomo mi camino y me marcho a trabajar, tan contenta.

Isabel Hermoso de Mendoza. Pamplona


Eres tú

Esta mañana, en el bus de línea, ha entrado una niña. Una niña de unos tres años, dos coletas y una sonrisa. Impetuosa, ha lanzado toda la sorpresa de su mirada hacia el conductor y ha gritado: «¡Eres tú!». El bus de línea es verde por fuera, pero es gris por dentro. Cuando entras en un bus, una especie de masa pegajosa te agarra de los sentidos, y te marea hasta que te entraqueteas. Entraquetearse puede ser de muchas maneras: la más frecuente es encender el móvil, apagar la mirada y ser un adulto más, tranquilo e inofensivo como son los adultos aburridos. Un adulto más en un autobús verde, pero gris. Una sacudida a destiempo es efectiva. Siempre.  Y entonces, con toda la vivacidad de una mirada, esa niña ha sacudido el bus mientras su vocecilla larga ha dicho «eres tú», y el conductor se ha reído y la madre y todos. Y el conductor ha contestado, que sí, que soy yo, el conductor, con el recobrado estatus que su vieja posición de conductor le ha dado a su mirada. Sólo ante la mirada de esta niña, el conductor es la autoridad que maneja, a ver, una máquina de doce toneladas. A veces tenemos que dejarnos mirar con la pureza de quien sabe mirar. «Eres tú», dice. Aún queda esperanza. Porque un 'eres tú' significa una ausencia de expectativas, significa que cada uno, cada tú, ya colma, y no hay que esperar nada más. Los niños ven la verdad de las cosas. Los niños miran como nos mira Dios. Mientras tanto, en el bus gris, todos estaban detrás, medio sacudidos por el saludo al conductor. Así que la niña ha entrado en el pasillo y ha aprovechado para arrear su segundo punch, el definitivo: «¡Hola, gente!».  ¡Qué disparate, qué temeridad! Una sonrisa para la gente. Una sonrisa, así de sencillo, fresca como un arroyo de montaña. Una sonrisa es agua, es fresca y descendiente, y tiene esa virtud que se llama claridad. Clara como un vaso de agua que baja del manantial. Húmeda si de lejos, oceánica si cercana. Y se han reído todos, y la niña, vivaracha, se ha ido a sentar con su madre, y el conductor, consciente de que llevaba a una pasajera de mucha valía, ha dado lo mejor de sí para recorrer las paradas que le quedaban por delante. Estoy muy seguro. Porque una sonrisa siempre encuentra la manera de escurrirse entre los elementos. Su composición líquida, inercial, le permite filtrarse entre las rendijas de eso que llamamos gris, que nunca ha sido un color, sino un estado de ánimo.  Como si fuera el cielo azul que fluye entre los edificios grises, cuando me bajo del bus y salgo a la calle. Los niños son el ketchup de la vida.

Gabriel Pérez-Miranda Mata. Villaviciosa de Odón (Madrid)


Las manías de los demás

Observo las manías de allegados. Descarto los móviles y la televisión, y me fijo en lo cotidiano. Veo por la ventana al hombre que lleva bolsas para distintos contenedores y a continuación recoge todo lo que hay tirado en el suelo a su alrededor. El jubilado que sale temprano a comprar el pan llevándolo debajo del brazo, sin envolver. La mujer que va con el carro al punto de la mañana al supermercado y espera en la puerta a que abran. El que va a misa todos los días a las 8 de la mañana. El que se lava las manos cada vez que toca algo. El que saca por las mañanas el dedo mojado por una ventana para comprobar si hace aire, y si se seca pronto se repeina el cabello con gomina. La que saca brillos a la casa todos los días y ordena armarios y cajones. El que se mete en el baño, se sienta en el inodoro y pasa horas con un libro. El que se perfuma a chorros y deja una estela mareante. La que tiende la ropa de modo que no se roce una prenda con otra. El que pone un altar en su casa y unas velas y reza creyéndose cura. La que teje jerséis para toda la familia, y algunos ni lo estrenan. El que pinta cuadros y luego los amontona en un trastero para que no los vea nadie. El que se hurga constantemente la nariz. Son unas pocas manías las que he escrito, podría señalar más.

Pilar Valero Capilla. Zaragoza


LA CARTA DE LA SEMANA

Ahora

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+ ¿Por qué la he elegido?

Porque «quien habla solo espera hablar a Dios un día», que dijo aquel poeta sevillano.

Ahora que es de noche, que ando por la calle Agua solo, sin nadie. Ahora que suena Riders on the storm en mis auriculares. Ahora que voy erguido, con el paso corto y pausado, sereno, rozando con la mano la antigua muralla. Ahora que pienso en cuántos no habremos hecho lo mismo, sin que la muralla se preocupe de nuestra nimia existencia, como tampoco lo hace la luna que me acompaña.  Ahora que la ciudad se calla, que me escucho y me hablo honestamente, que pienso una y mil veces qué hubiese sido si, y qué será; pero, a la vez, que lo que fue ya no vendrá y que lo que venga, sinceramente, ya me da igual. Ahora que estoy dispuesto a ser actuante y espectador de esto, de lo que hay y es. Ahora que es primavera, y luego ya no será, pero que siempre vuelve. Ahora que sé que haré esta misma reflexión el próximo año. Ahora veo que a esto venimos: a vivir la primavera. Ahora.

Miguel Guerrero Zarco. Sevilla

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