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Cómo recuperar el control de tu mente
Viernes, 16 de Mayo 2025, 10:38h
Tiempo de lectura: 10 min
Reconócelo: cuando se fue la luz estabas como pollo sin cabeza, mirando la pantalla muerta de tu móvil cada dos por tres, incapaz de concentrar tu atención en algo productivo. Y no estabas solo. Muchos empezamos ese libro que llevábamos meses queriendo leer y lo dejamos después de unas pocas líneas, no por falta de interés, sino porque era más apremiante la sensación abrumadora de orfandad sin nuestra ración de Instagram y TikTok... El problema no es solo que seamos unos adictos digitales (que también), es que hemos estado modificando la biología y la química de nuestros cerebros durante años. Y ahora estamos empezando a pagar las consecuencias.
En lo más profundo de nuestro tronco cerebral existe una estructura diminuta conocida como el 'punto azul' o locus coeruleus (LC). Tiene apenas el tamaño de un grano de arroz y contiene un pigmento azulado llamado 'neuromelanina'. Este núcleo de neuronas es nuestro interruptor de la atención. Básicamente, funciona como un foco de teatro que ilumina lo que nos interesa y deja a oscuras todo lo demás. Es uno de esos regalos envenenados que nos legó la evolución, perfecto para alertar de un depredador, pero disfuncional para estos tiempos. Las notificaciones del móvil y todo el arsenal de trucos que los ingenieros de las tecnológicas han desarrollado para secuestrar nuestra atención se adueñan de nuestro cerebro, lo saturan… Y el punto azul, que debería protegerlo, se vuelve tan inútil como una brújula rodeada de imanes cuya aguja gira frenética.
Su descubrimiento, en el siglo XVIII, se debe al gran anatomista Félix Vicq d'Azyr, médico personal de María Antonieta, cuya posición privilegiada en la corte le daba acceso a cadáveres para sus disecciones cerebrales. Durante siglos, apenas se supo nada de este misterioso zafiro biológico. Gracias a las modernas técnicas de neuroimagen, poco a poco se ha ido revelando su importancia.
Cada vez aparecen más pruebas de que estamos ante la central de semáforos de nuestro cerebro. El neurocientífico John Maunsell, de la Universidad de Chicago, ha descubierto en experimentos con monos que no solo funciona como un interruptor de la atención, sino que mejora la visión, afinando su capacidad para distinguir detalles entre un 15 y un 20 por ciento. En términos prácticos, esto significa pasar de ver una mancha indefinida a identificar un enemigo (o una presa) entre la maleza.
Investigaciones recientes vinculan el deterioro del punto azul con la fatiga cognitiva de la actualidad, un mal que muchos expertos consideran que está alcanzando proporciones de epidemia. Un estudio publicado en Science en enero señala que «la activación repetida del LC causa una rápida reducción de la actividad de calcio y la liberación de noradrenalina» (una especie de cafeína natural). Este fenómeno se traduce en una desazón que nos mantiene alerta y pendientes de múltiples estímulos, pero nos impide seleccionar uno de ellos. Su conexión con el estrés es evidente. No es casualidad que también regule nuestra respiración: cuando el LC se dispara, nuestro ritmo respiratorio se altera. Y estos picos de ansiedad nos dejan exhaustos.
La fatiga cognitiva hace que nuestro cerebro tarde más en reaccionar y que su respuesta sea más débil, lo que se traduce en menor eficacia para percibir, decidir, recordar o concentrarse. Estos cambios afectan a nuestra capacidad para mantener la atención en tareas que requieren concentración sostenida. Pensar detenidamente, leer sin interrupciones o mantener la atención en una sola tarea nos agota en un tiempo récord. Y cada vez sucede a edades más tempranas.
Si solo haces una cosa después de leer este reportaje, que sea esta. Activa el modo monocromo en tu móvil. La luz azul-violeta está literalmente friendo tu cerebro. Estudios han demostrado que poner tu teléfono en escala de grises reduce la fatiga visual y es menos adictivo.
Otras investigaciones revelan que el LC funciona como un canario en la mina para nuestro cerebro. Es una de las primeras estructuras en mostrar señales de deterioro, tanto en el envejecimiento normal como en enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. «El LC es una de las primeras regiones cerebrales en mostrar signos de acumulación de proteína tau», explica la doctora Heidi Jacobs, de la Universidad de Harvard, que ha demostrado que «su desgaste predice el declive cognitivo años después». Para entenderlo mejor, imagina que tu cerebro es una ciudad y las proteínas tau son montones de basura celular: estos montones empiezan a acumularse primero en el barrio del LC, como una señal de alerta temprana, antes que en otras zonas importantes como el hipocampo (responsable de la memoria) y el lóbulo frontal (del que dependen el habla y la comprensión del lenguaje).
La ciencia también ha confirmado que nuestra capacidad de poner los cinco sentidos en una tarea funciona en ciclos de 20 a 45 minutos, tras los cuales necesitamos un pequeño reset. Jonathan Morris, neurocientífico de Stanford, explica que «nuestro cerebro no está diseñado para maratones de atención, sino para ciclos cortos de concentración intensa seguidos de pequeños descansos». Un estudio publicado en Nature Neuroscience en 2024 demostró que el LC tiene diferentes «modos de funcionamiento», como un motor que puede trabajar a diferentes revoluciones.
La investigadora Mithu Storoni lo explica gráficamente: tu cerebro funciona como un coche con marchas, aunque solo tiene tres marchas. Cuando metes primera, el LC está relajadísimo, liberando apenas un hilillo de noradrenalina. Tu atención se dispersa tanto que puedes recordar la lista de la compra mientras ves Netflix. Perfecto para la creatividad, desastroso para terminar tareas. Segunda: la marcha de la productividad. El punto azul libera noradrenalina con moderación y picos ocasionales. Aquí brilla tu capacidad de pensamiento abstracto. Es tu zona dorada de trabajo. Tercera: a tope. El LC bombea noradrenalina como si no hubiera un mañana. Tu cerebro racional se inhibe, mientras que las zonas de supervivencia toman el control.
La sobrecarga digital puede afectar negativamente al punto azul. Los dispositivos digitales modernos con pantallas led emiten luz azul-violeta (con longitudes de onda corta, en torno a 450 nanómetros) a centímetros de nuestros ojos. Esta luz impacta en la retina, ya que ni la córnea ni el cristalino la filtran eficazmente. Y las células fotosensibles de la retina la rebotan como un repetidor hacia el punto azul o LC. Cuando usamos el smartphone por la noche, el efecto se intensifica, alterando nuestro ritmo circadiano y suprimiendo la producción de melatonina, la hormona que nos amodorra en la oscuridad. Y el LC, que regula tanto la vigilia como el sueño, no se apaga del todo mientras dormimos, pero debe reducir su actividad para permitir el sueño REM. La exposición a luz azul puede interferir con este proceso, crucial para el descanso, la consolidación de la memoria y el funcionamiento cognitivo óptimo. La medida más urgente que cualquiera debería tomar es activar el modo monocromo de su móvil, en especial durante la noche.
Todo esto nos obliga a plantearnos algunas preguntas inquietantes. ¿Podemos frenar este deterioro del LC? Los estudios indican que sí. El cerebro es notablemente plástico y el LC mantiene cierta capacidad de regeneración incluso en edades avanzadas. Sin embargo, requiere un esfuerzo consciente y sostenido, muy diferente de las 'dietas digitales' ocasionales. ¿Es completamente reversible el daño? La respuesta a esta cuestión es más matizada. «La reversibilidad depende del grado y la duración del deterioro», explica Heikki Tanila, de la Universidad de Helsinki. Pero su conclusión es clara: «Cuanto antes se adopten hábitos protectores, mayor será la capacidad de recuperación».
¿La inteligencia artificial (que piensa por nosotros) va a empeorar las cosas? Está por ver, pero debería preocuparnos, sobre todo en jóvenes. La neurobióloga Mara Dierssen advierte que, «cuando dejamos en manos de la IA el procesamiento de la información, perdemos la oportunidad de fortalecer la memoria», y añade que «reducir el esfuerzo neurológico disminuye nuestra capacidad para pensar críticamente». Un círculo vicioso.
Por último, hay que considerar la complicada relación entre el uso de tecnología digital y el aumento en los diagnósticos de trastornos de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). «Si bien no hay evidencia concluyente de que la tecnología cause TDAH, que es mayoritariamente de origen genético y se manifiesta por primera vez en la infancia, sí existen datos que indican que la sobreestimulación digital puede exacerbar síntomas atencionales», explica Russell Barkley, experto mundial en este trastorno.
Quizá la batalla por mantener una atención sin fisuras en la era digital ya esté perdida. Y el nuevo superpoder no sea evitar toda distracción, sino cultivar la agilidad necesaria para cambiar conscientemente nuestro foco: elegir en qué invertir nuestra atención, cuándo desconectar y cómo movernos entre estados mentales según nuestras necesidades y no bajo la dictadura de las notificaciones. Como observó William James, uno de los padres de la psicología moderna: «La capacidad de traer voluntariamente de vuelta una atención errante, una y otra vez, es la raíz misma del juicio, el carácter y la voluntad. Nadie es dueño de sí mismo si no la posee».